viernes, 16 de enero de 2015

Las bienaventuranzas


   
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LAS OCHO DESCONCERTANTES FELICIDADES (BIENAVENTURANZAS)
Las Bienaventuranzas fueron predicadas por Jesús desde la altura de la montaña, que baja hasta el lago de Tiberíades.    



La imagen invertida de la montaña reflejada en el lago terso nos enseña que todos los que quieren iniciarse en los místerios del espíritu deben aprender a invertir todas sus maneras de ver y de hacer, la dirección de sus deseos, el diseño de su vida.
1. La felicidad de la pobreza en el espíritu. Es apetecer la simplicidad, por encima de las satisfacciones del propio pensar y saber. Es disponibilidad de despojo y de renuncia, para no quedarse en lo inmediato y buscar lo trascendente. Ante el Reino de los cielos no hay ninguna riqueza comparable.
2. La felicidad del sufrir. Es manifestación de aguante interior, de serenidad y mansedumbre. Dios es el que reivindica y defiende. Hay que saber sufrir los sufrimientos y las privaciones. El mundo necesita testigos de mansedumbre, de dulzura y de fortaleza en el sufrimiento.
3. La felicidad del llanto. ¿Qué es llorar? Es el primer grito, la primera expresión del hombre. Llora el que es capaz de una nostalgia, el que siente una separación, el que anhela volver al ámbito cálido y profundo de lo original. La felicidad de las lágrimas lavan los ojos para ver el consuelo de la ternura de Dios. No son lágrimas de tristeza o melancolía, sino de fe.
4. La felicidad del hambre y de la sed. Desde la experiencia de las necesidades del cuerpo, hay que descubrir el hambre y la sed de justicia, que es el alimento del alma y significa la voluntad de Dios. Por lo tanto, la justicia es la salvación total. No hay que hambrear lo perecedero, que no sacia, ni beber lo que no tiene espíritu de transcendencia.
5. La felicidad de la misericordia. Significa caridad recíproca y activa, significa perdón. Esta bienaventuranza se opone al materialismo y positivismo farisaico, que despreciaba a los pobres, a los desgraciados y a los pecadores. Seremos medidos por Dios con la misma medida de misericordia que usemos con los demás.
6. La felicidad de la limpieza. bienaventurados lo que tienen limpio el corazón, como si fuese agua clara de montaña que permite ver el fondo en el que Dios se refleja. El que quiera ver a Dios que lave su corazón sucio para que pueda contemplar en lo profundo de su interior el valor de lo eterno.
7. La felicidad de la paz. Los pacíficos no son los tranquilos, sino los que hacen la paz, quienes la componen a partir del desorden, quienes la crean desde el caos. La paz es el sello de Dios, la plenitud en la unidad.
8. La felicidad de la persecución. El creyente sabe que la vida no es fácil, que la fidelidad al Evangelio exige muchas renuncias, que la incomprensión es el distintivo de los que siguen las enseñanzas del Maestro, pero sobre todo que el Reino de los cielos bien vale cualquier persecución.
Andrés Pardo

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