LAS OCHO DESCONCERTANTES FELICIDADES (BIENAVENTURANZAS)
Las Bienaventuranzas fueron predicadas por Jesús desde la altura de la
montaña, que baja hasta el lago de Tiberíades.
La imagen invertida de la
montaña reflejada en el lago terso nos enseña que todos los que quieren
iniciarse en los místerios del espíritu deben aprender a invertir todas sus
maneras de ver y de hacer, la dirección de sus deseos, el diseño de su vida.
1. La felicidad de la pobreza en el espíritu. Es apetecer la
simplicidad, por encima de las satisfacciones del propio pensar y saber. Es
disponibilidad de despojo y de renuncia, para no quedarse en lo inmediato y
buscar lo trascendente. Ante el Reino de los cielos no hay ninguna riqueza
comparable.
2. La felicidad del sufrir. Es manifestación de aguante interior, de
serenidad y mansedumbre. Dios es el que reivindica y defiende. Hay que saber
sufrir los sufrimientos y las privaciones. El mundo necesita testigos de
mansedumbre, de dulzura y de fortaleza en el sufrimiento.
3. La felicidad del llanto. ¿Qué es llorar? Es el primer grito, la
primera expresión del hombre. Llora el que es capaz de una nostalgia, el que
siente una separación, el que anhela volver al ámbito cálido y profundo de lo
original. La felicidad de las lágrimas lavan los ojos para ver el consuelo de
la ternura de Dios. No son lágrimas de tristeza o melancolía, sino de fe.
4. La felicidad del hambre y de la sed. Desde la experiencia de las
necesidades del cuerpo, hay que descubrir el hambre y la sed de justicia, que
es el alimento del alma y significa la voluntad de Dios. Por lo tanto, la
justicia es la salvación total. No hay que hambrear lo perecedero, que no
sacia, ni beber lo que no tiene espíritu de transcendencia.
5. La felicidad de la misericordia. Significa caridad recíproca y
activa, significa perdón. Esta bienaventuranza se opone al materialismo y
positivismo farisaico, que despreciaba a los pobres, a los desgraciados y a los
pecadores. Seremos medidos por Dios con la misma medida de misericordia que
usemos con los demás.
6. La felicidad de la limpieza. bienaventurados lo que tienen limpio el
corazón, como si fuese agua clara de montaña que permite ver el fondo en el que
Dios se refleja. El que quiera ver a Dios que lave su corazón sucio para que
pueda contemplar en lo profundo de su interior el valor de lo eterno.
7. La felicidad de la paz. Los pacíficos no son los tranquilos, sino los
que hacen la paz, quienes la componen a partir del desorden, quienes la crean
desde el caos. La paz es el sello de Dios, la plenitud en la unidad.
8. La felicidad de la persecución. El creyente sabe que la vida no es
fácil, que la fidelidad al Evangelio exige muchas renuncias, que la
incomprensión es el distintivo de los que siguen las enseñanzas del Maestro,
pero sobre todo que el Reino de los cielos bien vale cualquier persecución.
Andrés Pardo
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